Apuntes para continuar una búsqueda de ida y vuelta (o cómo volver al sur)

1.  Big Bang – Según algunas teorías astronómicas, gran explosión de una masa compacta de energía y materia que dio origen al universo. Son importantes las escalas, no todos los Big bang generan un universo, otros son más modestos y son el inicio de una historia, el encuentro de dos personas o alguno de los millones de fracasos que inundan la vida. La llegada de Manuel a Alemania es una especie de Big Bang, el nacimiento de una estrella lejana de la que solo vemos un pequeño destello mil años después de que ocurriera. En mi caso, el destello llegó 46 años después. Puede parecer poco para una estrella, pero para un ser humano es más de la mitad de su vida.

2. He pasado tanto tiempo en trenes durante los últimos cuatro meses que mi proyecto más que una residencia podría llamarse una itinerancia. Quizá en un futuro sea así cómo se articulen estas ayudas a escritores, obligando a viajar durante meses, siendo de nuevo nómada por un corto espacio de tiempo. Eso sí, espero que cuando llegue ese momento los trenes no sean una combinación casi perfecta de retrasos, cancelaciones, cambios de última hora y todo tipo de situaciones que empeoran la experiencia de viajar en tren: Móviles a todo volumen, gente a todo volumen, gente bebiendo cerveza, gente comiendo pistachos, gente en general… Aún así, la duración de los trayectos, entre hora y media y dos horas, han servido de plazo de entrega inmediato, un jefe tiránico al que rendir cuentas al final de cada viaje y que ha propiciado que haya escrito más en esos trenes que en la residencia en sí.

Y si el proyecto de la residencia recibió el título de: “Dos andaluces en el oeste”, qué mejor forma de alcanzar ese salvaje oeste, Niederrhein, que subido a un tren.

3. Siento fascinación por las historias de crímenes que no se resuelven en los primeros compases de investigación, aquellas donde cada nuevo paso conduce a un callejón sin salida o a otra pista que termina invalidando las anteriores. Una maraña de testigos, documentos, intuiciones y testimonios imposible de desenredar y que provocan que el caso se prolongue en el tiempo, incorporándose a la vida del investigador de forma paulatina, una rutina más de su vida, como el desayuno rico en fibra o el beso de buenas noches. Está de más decir que esas búsquedas ya no tratan sobre cómo resolver el caso o de desvelar quién es el asesino, sino de observar en qué persona se ha transformado el investigador, de qué modo él y su vida han cambiado durante el proceso. 

En este punto de la búsqueda, la historia de Manuel está más cerca de complicarse que de resolverse. Son muchas aún las preguntas que quedan por responder, las pistas por seguir y las incógnitas por fabular:

a) ¿Qué significan las iniciales y los números que encontré en Krefeld en la biografía de Manuel que había en la Antología? ¿Por qué alguien eliminó el texto de Manuel?

b) ¿Será real el mail que he recibido? Una tal Bárbara de Kevelaer asegura que su padre fue amigo de Manuel y conserva algunas fotos de los dos juntos.

c) Mi tía José ha encontrado un par de nuevas fotos de Manuel de joven junto a antiguas novelas pulp del oeste. ¿Será el inicio de una nueva vía? ¿Habrá conexión con la antología?

Novelas del Oeste


Leo en un libro de Juan Tallón, “Todo lo interesante ocurre en la sombra, no cabe duda. No se sabe nada de la historia auténtica de los hombres.” Aunque estoy totalmente de acuerdo con Tallón, en mi caso, no me queda otra que seguir buscando, porque aunque nunca llegue a encontrar a Manuel, me interesa todo lo que va surgiendo alrededor, la vida y la ficción que brotan de lo que escribo.

4.  La búsqueda ha tenido lugar en dos lugares al mismo tiempo. Del lado de allí, en Andalucía, ha sido una búsqueda en el tiempo: a través de la memoria, de los recuerdos, de cajones o álbumes polvorientos que estaban olvidados. Arqueología familiar. La búsqueda aquí ha sido en otra coordenada, el espacio, recorriendo Niederrhein, el lugar donde Manuel vivió, buscando pistas e intentando entender por qué decidió desaparecer en este lugar. 

Unir las dos coordenadas, tiempo y espacio, nos permite crear un eje donde trazar las posibles trayectorias en las que Manuel se movió y, como si fuera un átomo, tener la certeza de qué la forma en que lo observamos determinará su posición y que cada variación, en cualquiera de los dos ejes, ofrecerá una imagen diferente de él. O lo que es lo mismo, la imposibilidad de captar una idea o imagen clara de Manuel. 

5. Desde que empezó el proyecto he obligado a todos mis familiares a contarme aquello que recordasen de Manuel. Por mi parte he evitado ese ejercicio, ya sea por cobardía o por pereza. Así que allá vamos: Mis recuerdos de mi tío abuelo Manuel son escasos, pequeños flashbacks de menos de un segundo. Entre todos ellos destaca una imagen que se repite. No sé si es real o es una mezcla de otros recuerdos o de fotogramas de alguna película, una no muy bien iluminada y con mucho grano, con aspecto análogico. Sería ideal que los recuerdos se pudieran masterizar como se hace con el cine clásico o los VHS y de ese modo tener deslumbrantes recuerdos en HD o 4k. 

En la imagen recurrente aparece toda mi familia reunida en la calle, en la anterior casa de mis abuelos: una casa de dos plantas con corral que mi abuelo siempre lamentó haber dejado, aunque se mudará a escasos cien metros de allí. Ese pequeño corral era la tierra, el aire que él necesitaba. El recuerdo bascula entre la calle y el interior de la casa, sé que esperábamos a alguien con una mezcla de alegría e impaciencia. En la imagen de la espera se mezcla el recuerdo (en primera persona) y la ficción (en tercera persona), donde yo también aparezco en la imagen, pequeño, muy pequeño. En el fragmento de memoria se mezclan los dos planos de modo casi indistinguible. El montaje de la escena es perfecto. 

Creo que es una fiesta navideña, de 24 de diciembre o algo así, pero es demasiado cliché la vuelta del emigrante el día de Navidad. Por una vez permitámonos el cliché: Es 24 de diciembre. Ya de noche, Manolito aparece junto a alguno de mis tíos, que lo habían ido a recoger al aeropuerto (porque supongo que en los años 80 ya volvía en avión). Manuel lleva un traje, una pesada maleta y huele a puro o tabaco negro. Cuando llega hay besos, abrazos, regalos (¿un juego de indios y vaqueros?) y un par de brindis. Estampa de familia reunida. De ahí el recuerdo se va a negro.

6. En mayo, al final de la primavera, con todo en flor y un verde exuberante que invadió hasta el último rincón del castillo, me surgió la pregunta, ¿se enamoró Manuel? ¿Fue eso lo que le retuvo en Niederrhein? ¿Encontró a alguien que lo hizo olvidarse de todo lo demás, de su familia, de su anterior vida, del sur? De ser así, ¿Qué fue de ese amor? ¿Fue correspondido? ¿Cuánto duró? ¿Queda algún rastro o testimonio?  

Castillo Ringenberg

Además de razones económicas o humanitarias, el amor está en el top tres de motivos para emigrar o permanecer en una tierra ajena. Así que la vía del enamoramiento de Manuel no es tan descabellada. Yo mismo podría entender eso, podría llegar a empatizar con alguien que permanece en un lugar que nunca termina de sentir como propio por estar junto a una persona. Llamémosla, por ejemplo, Anne. Contra la levedad de la huida, esa persona hace de peso, una especie de ancla, pero ligera, casi volátil, que hace que sientas que debes permanecer en ese lugar ajeno, pero que eres libre de ir donde quieras. 

Quizá la historia de Manuel se reduzca a eso, tan sencillo como chico conoce a chica y deciden pasar la vida en Niederrhein. Quizá…

7. Cuenta Ricardo Menéndez Salmón en su libro “No entres dócilmente en esa noche quieta” la historia de Han Gan, artista de la dinastía Tang que vivió entre los años 706 y 783. Tras pintar el retrato del caballo favorito del emperador en los establos imperiales, el animal empezó a cojear. Muy enfadado, el emperador ordenó de inmediato que se llevará a cabo una investigación y se descubrió entonces que Han Gan había olvidado pintar uno de los cascos del animal. Menéndez Salmón dice que como en la anécdota deberíamos escribir libros o historias que sean capaces de conjurar la realidad. Y esa ha sido la intención con este proyecto, la de buscar, crear, fabular historias que de algún modo conjuren las posibles vidas que mi tío abuelo Manuel tuvo o pudo tener en Alemania, porque solo el hecho de escribirlas e imaginarlas, como Han Gan, hacen que sean reales.

8. Gracias a esta búsqueda he encontrado historias, recuerdos que han sido revelados después de muchos años, memorias de mi familia que de otro modo hubieran desaparecido. Todo esto ha corregido parte de mis presupuestos iniciales. Por ejemplo, yo tenía una visión de mi tío abuelo como un hombre pequeño, descuidado en el vestir y no muy agraciado. Y resulta que era todo lo contrario, bastante alto para la media española, siempre con trajes al corte y una estimulante vida social. En una de las fotos que ha sido encontrada, posa ante la cámara delante de la Giralda con un buen traje, peinado preciso y un porte a lo Bela Lugosi. Todo un galán. 

Manuel con la Giralda al fondo

Otra de mis equivocaciones previas tiene que ver con la foto de mi bisabuelo, con el uniforme de la Guardia Real, que yo creía desaparecida. Incluso acusé a mi familia de inventar su existencia. La foto ha sido recuperada y es del todo diferente a como la había imaginado: Es un busto donde mi bisabuelo José posa muy serio, luciendo un imponente mostacho propio de un domador de leones o de un forzudo de feria. Aunque el gran secreto que revela la fotografía es que mi bisabuelo fue soldado raso, nada de formar parte de la Guardia Real de Alfonso XIII. En este caso parece que era mejor la ficción que la realidad, al menos para la carrera militar de José. 

Bisabuelo José vestido de militar

Lo más importante de este proceso de ida y vuelta ha sido que mi familia ha tomado consciencia de sí misma. Lo que un principio fue desidia y sorpresa porque iba a hablar de mi tío abuelo, de Manolito, aquel excéntrico hombre que vivió toda su vida en Alemania, se ha convertido en un vivo interés en el proceso, en los avances, en la escritura sobre Manuel. En un juego de espejos que cada vez nos ofrecía un reflejo más nítido de nosotros mismos. 

Ante la pregunta inicial de, “¿a quién le interesa esa historia?” Hemos obtenido como respuesta que a nosotros, a la familia. En un tiempo en el que el relato nos viene dado o impuesto desde fuera, donde hemos perdido la capacidad de contar nuestra propia historia, ha sido interesante poder construir este relato familiar, un relato que nos permite explicar mejor nuestra singularidad ante nosotros y los demás.

Epílogo – Y después de todo este ir y venir, de preguntas y respuestas, de ficcionar y documentar, viajar y habitar las fronteras, lo que no termino de comprender de Manuel es cómo fue capaz de desaparecer, de no regresar, de olvidar el albero, el quillo, picha, churra, cabeza, llámame como quieras, el azahar, el calor, la chicharra que lo colorea con su canto, esas tardes con promesa de infinitud, hablar, hablar con otros, hablar con todos, gazpacho, salmorejo, siestas por derecho, la boca seca, el corazón inundado, noches de insomnio al relente, donde compartir la ausencia, la pena y la alegría como si fueran una. El manque pierda de una tierra sin amos. Tierra de espigas, verde, blanca y verde. Primavera y verano, el sur, de nuevo el calor, el habla más lento que no te entiendo, pero da iguá porque no hay que entender. La risa y la broma, el chiste, el que no las hace, el andaluz ‚entro, el que no toca las palmas, pero las siente y le duelen. Dice Roberto Bolaño que los proletarios no tienen fiestas, sino funerales con ritmo. Pues que suene la música.

Receta de Gazpacho y Salmorejo: https://stadt-land-text.de/2022/07/16/rezept-fuer-gazpacho-und-salmorejo-receta-de-gazpacho-y-salmorejo/

Text auf Deutsch: https://stadt-land-text.de/2022/07/16/notizen-fuer-eine-suche-hin-und-retour-oder-wie-man-in-den-sueden-zurueckkehrt/

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Notizen für eine Suche hin und retour (oder wie man in den Süden zurückkehrt)

1. Urknall – einigen astronomischen Theorien zufolge die gewaltige Explosion einer kompakten Masse aus Energie und Materie, durch die das Universum entstanden ist. Es kommt aber auf die Dimensionen an, denn nicht alle Urknalle erzeugen ein Universum, manche sind bescheidener und beginnen eine Geschichte, die Begegnung zweier Menschen, oder sie leiten einen der unzähligen Misserfolge ein, die über das Leben hereinbrechen. Manuels Ankunft in Deutschland ist eine Art Urknall, die Geburt eines fernen Sterns, von dem tausend Jahren später nur noch ein kleines Funkeln zu sehen ist. Bei mir kam das Funkeln sechsundvierzig Jahre später an, das mag für einen Stern nicht lang sein, aber bei einem Menschen ist es mehr als die Hälfte seines Lebens.

2. In den vergangenen vier Monaten habe ich so viel Zeit in Zügen verbracht, dass sich das Projekt eher wie eine Walz als eine Residenz angefühlt hat. Vielleicht werden diese Stipendien für Autoren irgendwann einmal so konzipiert, dass man gezwungen wird, ein paar Monate lang herumzureisen und für eine Weile wieder nomadisch zu leben. Ich hoffe jedenfalls, die Fahrten sind dann nicht mehr diese nahezu perfekte Kombination aus Verspätungen, Zugausfällen, Änderungen in letzter Minute und jeder Menge anderer Vorfälle, die das Reisen mit der Bahn unangenehmer machen: Handys in vollster Lautstärke, Menschen in vollster Lautstärke, Menschen, die Bier trinken, Menschen, die Pistazien essen, Menschen im Allgemeinen … Aber trotzdem haben diese Fahrten, meist zwischen anderthalb und zwei Stunden lang, mir als unmittelbare Deadline gedient, ein tyrannischer Chef, dem ich am Ende jeder Fahrt Rechenschaft ablegen musste, was dazu geführt hat, dass ich in diesen Zügen mehr geschrieben habe als in der eigentlichen Residenz.

Und das Projekt trägt schließlich den Titel „Zwei Andalusier im Westen“, wie also besser in den wilden Westen, den Niederrhein, reisen als mit dem Zug?

3. Mich faszinieren Kriminalfälle, die nicht schon in der ersten Phase der Ermittlungen gelöst werden, wo jeder neue Schritt in eine Sackgasse führt oder zu einem Hinweis, der alle vorherigen entkräftet. Ein Durcheinander an Zeugen, Dokumenten, Intuitionen und Aussagen, das sich nicht entwirren lässt und den Fall in die Länge zieht, bis er immer mehr zum Leben des Ermittlers dazugehört, ein Teil seiner Routine wird, wie das ballaststoffreiche Frühstück und der Gute-Nacht-Kuss. Irgendwann geht es gar nicht mehr nur darum, den Fall zu lösen und den Mörder zu finden, sondern auch darum, wie sich der Ermittler dadurch verändert, wie die Suche ihn und sein Leben beeinflusst.

Zum jetzigen Zeitpunkt der Suche scheint Manuels Geschichte eher komplizierter als klarer zu werden. Es gibt noch viele Fragen zu beantworten, Hinweise zu verfolgen, Unbekanntes zu erfinden:

a) Was bedeuten die Initialen und Zahlen aus der Biografie am Ende der Anthologie, die ich in Krefeld gefunden habe? Warum hat jemand Manuels Text entfernt?

b) Ist die Mail, die ich neulich bekommen habe, echt? Eine Barbara aus Kevelaer behauptet, ihr Vater sei mit Manuel befreundet gewesen und schreibt, dass sie einige Fotos von den beiden zusammen hat.

c) Meine Tante José hat ein paar Fotos von Manuel als jungem Mann neben alten Westernromanen gefunden. Ist das ein neuer Hinweis? Hängt es mit der Anthologie zusammen?

Western-Romane

In einem Buch von Juan Tallón lese ich: „Alles Interessante geschieht im Verborgenen, daran besteht kein Zweifel. Über die wahre Geschichte der Menschen ist nichts bekannt.“ Obwohl ich Tallón voll und ganz zustimme, habe ich keine andere Wahl, als weiterzusuchen, denn auch wenn ich Manuel selbst nicht finde, interessiert mich alles, was um ihn herum entsteht, das Leben und die Fiktion, die aus dem, was ich schreibe, hervorgehen.

4. Die Suche hat an zwei Orten gleichzeitig stattgefunden. Dort, in Andalusien, war es eine Suche in der Zeit: im Gedächtnis, in Erinnerungen, in verstaubten und vergessenen Schubladen oder Fotoalben. Familienarchäologie. Hier in Deutschland habe ich auf einer anderen Ebene gesucht, im Raum, unterwegs am Niederrhein, wo Manuel gelebt hat, habe Spuren gesucht und versucht zu verstehen, warum er an diesem Ort verschwinden wollte.

Durch das Zusammensetzen der beiden Koordinaten, Zeit und Raum, können wir seine Position erahnen, als wäre er ein Atom, und müssen aber erkennen, dass unsere Perspektive das Bild beeinflusst und jede Verschiebung auf einer der Achsen ihn wieder anders zeigt. Wir können also gar kein eindeutiges oder klares Bild von Manuel bekommen.

5. Zu Beginn des Projekts habe ich alle meine Verwandten gezwungen, mir zu erzählen, was sie über Manuel wissen. Ich selbst habe damals nicht mitgemacht, entweder aus Feigheit oder aus Faulheit. Jetzt ist es aber soweit: Meine Erinnerungen an meinen Großonkel sind spärlich, kleine Flashbacks, kaum eine Sekunde lang. Unter den Bildern sticht eines hervor und kehrt immer wieder. Ich weiß nicht, ob es echt ist oder eine Mischung aus anderen Erinnerungen und Standbildern aus einem Film – einem schlecht beleuchteten mit viel Körnung und analoger Erscheinung. Am besten wäre, wenn man Erinnerungen genauso überarbeiten könnte wie klassische Filme oder alte Videokassetten, damit auch sie in bester HD- oder 4K-Qualität zur Verfügung stünden.

Das immer wiederkehrende Bild zeigt meine ganze Familie vor dem ehemaligen Haus meiner Großeltern auf der Straße versammelt: Ein zweistöckiges Haus mit einem kleinen Garten, den mein Großvater damals schweren Herzens zurückgelassen hat, auch wenn er gerade einmal hundert Meter weiter gezogen ist. Dieser kleine Garten war das Land, die Luft, die er brauchte. Die Erinnerung pendelt zwischen der Straße und dem Inneren des Hauses, ich weiß, dass wir mit einer Mischung aus Vorfreude und Ungeduld auf jemanden gewartet haben. Die Erinnerungen (in der ersten Person) und Fiktion (in der dritten Person) vermischen sich, auch ich selbst tauche im Bild auf, klein, sehr klein. In dem Erinnerungsfragment verschmelzen die beiden Ebenen so, dass sie kaum noch voneinander zu unterscheiden sind. Die Szene ist perfekt geschnitten.

Ich glaube, es handelt sich um eine Weihnachtsfeier, vermutlich am 24. Dezember, wobei die Rückkehr des Auswanderers am ersten Weihnachtstag sehr klischeehaft ist. Aber lassen wir uns auf das Klischee ein: Es ist der 24. Dezember. Draußen ist es bereits dunkel, als Manolito mit einem meiner Onkel auftaucht, der ihn vom Flughafen abgeholt hat (ich gehe davon aus, dass er in den 1980er-Jahren mit dem Flugzeug gekommen ist). Manuel trägt einen Anzug, er hat einen schweren Koffer dabei und riecht nach Zigarren oder schwarzem Tabak. Bei der Begrüßung gibt es Küsse, Umarmungen, Geschenke (ein Cowboy- und Indianerspiel?) und ein paar Trinksprüche. Eine wieder vereinte Familie. Doch dann wird die Erinnerung schwarz.

6. Im Mai, als der Frühling endet, alles blüht und üppiges Grün bis in den letzten Winkel des Schlosses vordringt, frage ich mich eines Tages: Hat Manuel sich vielleicht verliebt? Ist er deshalb am Niederrhein geblieben? Hat er jemanden getroffen, der ihn alles andere vergessen ließ, seine Familie, sein früheres Leben, den Süden? Und wenn ja, was ist aus dieser Liebe geworden? Wurde sie erwidert? Wie lange hielt sie an? Ist davon etwas geblieben, ein Beweis?

Schloss Ringenberg

Neben wirtschaftlichen und humanitären Motiven ist die Liebe einer der drei häufigsten Gründe, warum Menschen in ein fremdes Land gehen oder ganz dahin ziehen. Also ist es gar nicht so abwegig, dass Manuel sich verliebt haben könnte. Persönlich kann ich das gut nachvollziehen, kann verstehen, warum jemand an einem Ort bleibt, der sich nie so richtig wie ein Zuhause anfühlt, um mit einer anderen Person, nennen wir sie Anne, zusammen zu sein. Die Person wirkt wie ein Gewicht, eine Art Anker, aber sanfter, beinahe flüchtig, und gibt einem das Gefühl, man sollte an diesem fremden Ort bleiben, obwohl man frei ist, zu gehen, wohin man will.

Vielleicht ist es das, worauf Manuels Geschichte hinausläuft: Junge trifft Mädchen und sie beschließen, ihr Leben am Niederrhein zu verbringen. Wer weiß …

7. In seinem Buch No entres dócilmente en esa noche quieta erzählt Ricardo Menéndez Salmón die Geschichte von Han Gan, einem Künstler der Tang-Dynastie, der von 706 bis 783 lebte. Han Gan malte ein Porträt vom Lieblingspferd des Kaisers in den royalen Ställen, doch danach begann das Tier zu hinken. Der Kaiser war sehr verärgert und ordnete sofort eine Untersuchung an, bei der sich herausstellte, dass Han Gan vergessen hatte, einen der Hufe des Tieres zu malen. Menéndez Salmón sagt, dass wir genau wie in der Anekdote Bücher und Geschichten schreiben sollten, die die Realität beschwören können. Das war auch meine Absicht bei diesem Projekt: Geschichten zu suchen, zu erfinden, zu spinnen, die irgendwie die Leben, die mein Großonkel in Deutschland hatte oder hätte haben können, heraufbeschwören, denn schon sie aufzuschreiben und sie sich vorzustellen – genau wie Han Gan – machen sie real.

8. Dank meiner Suche habe ich Geschichten gefunden, Erinnerungen, die nach vielen Jahren wieder aufgetaucht sind, Erinnerungen meiner Familie, die sonst verschwunden wären. All das hat ein paar meiner ursprünglichen Annahmen widerlegt. Zum Beispiel habe ich mir meinen Großonkel als kleinen, schlecht gekleideten, wenig anmutigen Mann vorgestellt. Wie sich herausstellte, war das Gegenteil der Fall, für spanische Verhältnisse war er ziemlich groß, trug schicke Anzüge und war ausgesprochen gesellig. Auf einem der Fotos, die aufgetaucht sind, posiert er in einem feinen Anzug, mit gepflegtem Haarschnitt vor der Giralda in Sevilla. Er sieht aus wie Bela Lugosi, durch und durch ein Galan.

Manuel mit der Giralda im Hintergrund

Ein weiterer Irrtum hat mit dem Foto meines Urgroßvaters zu tun, das von ihm in der Uniform der Königlichen Garde, von dem ich dachte, es sei verschollen. Ich habe sogar meine Familie beschuldigt, es erfunden zu haben. Das Foto ist aufgetaucht und ganz anders, als ich es mir vorgestellt hatte: Es handelt sich um ein Porträt, mein Urgroßvater José posiert ernst, hat einen beeindruckenden Schnurrbart, sieht aus wie ein Löwenbändiger oder ein Schausteller auf dem Jahrmarkt. Das große Geheimnis, das dieses Bild offenlegt, ist aber, dass mein Großvater ein gemeiner Soldat ohne Dienstgrad war und keineswegs zur Königlichen Garde gehörte. In diesem Fall war die Fiktion wohl besser als die Realität, zumindest für Josés militärische Karriere.

Urgroßvater José in Militärkleidung

Der wichtigste Aspekt dieser Suche war, dass meine Familie ein Bewusstsein für sich selbst entwickelt hat. Aus dem anfänglichen Desinteresse und der Verwunderung darüber, dass ich über meinen Großonkel sprechen wollte, über Manolito, diesen exzentrischen Mann, der sein ganzes Leben in Deutschland verbracht hat, wurde ein lebhaftes Interesse am Prozess, an den Fortschritten und den Texten über ihn. Ein Spiel mit Spiegeln, das uns jedes Mal ein schärferes Bild von uns selbst zeigte.

Auf die anfängliche Frage: „Wen interessiert schon diese Geschichte?“, haben wir eine Antwort gefunden. Uns, die Familie. In einer Zeit, in der Geschichten meist vorgegeben oder von außen aufgedrängt werden, in der wir die Fähigkeit verloren haben, unsere eigene Geschichte zu erzählen, war es besonders spannend, diese Familiengeschichte zu rekonstruieren, eine Geschichte, die dabei hilft, uns selbst und anderen zu erklären, wie einzigartig wir sind.

Epilog – Aber was ich nach all diesem Hin und Zurück, den Fragen und Antworten, dem Fiktionalisieren und Dokumentieren, dem Reisen und dem Bewohnen von Grenzen immer noch nicht verstehe, ist wie Manuel es geschafft hat, zu verschwinden und nicht zurückzukehren, alles einfach zu vergessen, den gelben Lehm, den Moment, wenn du einen Kumpel auf der Straße triffst, einen Quillo, Picha, Churra, Cabeza, sag, wie du willst, die Orangenblüte, die Hitze, die Zikade, die mit ihrem Gesang alles erhellt, diese Nachmittage, die eine Unendlichkeit innehaben, Gespräche, Gespräche mit anderen, Gespräche mit allen, Gazpacho, Salmorejo, das Recht auf Siesta, der trockene Mund, das überwältigte Herz, schlaflose Nächte in der feuchtkühlen Nachtluft, wo Freude und Leid zusammenkommen, als wären sie eins. Komme, was wolle in einem Land ohne Besitzer. Land der Ähren, grün, weiß, grün. Frühling und Sommer, der Süden, immer wieder diese Hitze, „sprich doch langsamer, ich kann dich nicht verstehen“, aber egal, gibt eh nix zu verstehen. Das Lachen und die Witze, die Witze, derjenige, der keine macht, der innere Andalusier, er klatscht nicht im Rhythmus, spürt die Hände aber trotzdem, sie tun ihm weh. Roberto Bolaño sagt, Proletarier feiern keine Feste, nur Beerdigungen mit Rhythmus. Wenn das so ist, möge die Musik erklingen.

Rezept für Gazpacho und Salmorejo: https://stadt-land-text.de/2022/07/16/rezept-fuer-gazpacho-und-salmorejo-receta-de-gazpacho-y-salmorejo/

Texto en español: https://stadt-land-text.de/2022/07/16/apuntes-para-continuar-una-busqueda-de-ida-y-vuelta-o-como-volver-al-sur/

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Rezept für Gazpacho und Salmorejo / Receta de Gazpacho y Salmorejo

Gazpacho: 4-5 reife Tomaten, eine grüne Paprika, eine viertel Zwiebel, drei Knoblauchzehen und eine halbe Gurke oder eine ganze, falls sie eher klein ist. Einen kleinen Becher extra natives Olivenöl, einen halben Becher Essig und Salz nach Geschmack. Wenn alles zerkleinert ist, gibt man noch einen halben Liter Wasser und ein bisschen Eis dazu, aber es sollte nicht zu wässrig werden.


Salmorejo: Man macht einen Brei aus Brotkrümeln und gibt Knoblauch, Olivenöl, Salz und Tomaten dazu. Die Mengen variieren je nach Reife der Tomaten oder Härte des Brots. Wird am besten kalt gegessen.


Gazpacho: 4 ó 5 Tomates maduros, un pimiento verde, ¼ cebolla, ajo y medio pepino si
es muy grande o entero si es chico, tres dientes de ajo. Un vaso pequeño de aceite
virgen extra, la mitad del vaso de vinagre y sal al gusto. Cuando está todo triturado se le
añade ½ litro de agua y algo de hielo, pero sin aguarlo.

Salmorejo: ​​ Se elabora mediante un majado de una cierta cantidad de miga de pan, ​a
la que se le añade ajo, aceite de oliva, sal y tomates.​ Las cantidades varían
según cómo de maduro esté el tomate o la dureza del pan. Mejor comerlo frío.

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Die Ankunft

„Sie sind doch ein junger Mann, was wissen Sie schon von der alten Zeit, sie kennen doch die Stadt frühestens, seit es hier eine Eisenbahn gibt. Damals sah es hier anders aus, Mr. Scott, ganz anders. Als ich das erste Mal nach Shinbone kam, bin ich mit der Postkutsche gefahren, sie sah so ähnlich aus wie die hier…“ In meinem Kopf erklingt immer wieder James Stewart, in einer Endlosschleife, wie ein Ohrwurm – wenn man versucht ihn loszuwerden, wird er nur noch schlimmer.

Ich kenne alle Dialoge aus Der Mann, der Liberty Valance erschoss in und auswendig, keine Ahnung, wie oft ich den Film schon gesehen habe. An jedem Zahltag das gleiche Ritual: in den Sonntagsanzug und ab ins Sommerkino. Und jetzt sitze ich in diesem ratternden Zug, mir ist kalt und ich bin müde, aber ich bin nicht James Stewart und mein Ziel ist nicht Shinbone, auch wenn der Name meines Bahnhofs, den ich mir auf einem Zettel notiert habe, fast genauso seltsam klingt. Obwohl ich alle zehn Minuten einen Blick drauf werfe, kann ich ihn mir nicht merken, als würde er in der Tasche mutieren, ein kaputter Kompass, der nach Lust und Laune in irgendwelche Richtungen zeigt.

„Ouarauzen! Ouarauzen!”, ruft der Schaffner vom anderen Ende des Waggons. Meine Haltestelle ist das nicht. Ich habe zwar nicht verstanden, was er gesagt hat, aber als ich vor fünf Minuten nachgefragt habe, meinte er, es dauere noch ein wenig bis dahin. Die Kommunikation war schwierig, aber mit Händen und Füßen haben wir uns am Ende doch noch verstanden, das hoffe ich jedenfalls. Während meiner Zeit hier werde ich bei der Arbeit und im Alltag vermutlich etwas Deutsch lernen. So schwer kann das nicht sein. Der „Mellao“ hat mir mit seinem zahnlosen Grinsen gesagt, dass er mit ein paar Standardphrasen gut durchkomme und ich mir deshalb keine Sorgen machen müsse. Solange sie mir Arbeit geben, ist es egal, ob ich sie verstehe oder nicht.

Sus mulas toas, was für eine Kälte!, wiederhole ich wie ein Mantra, als könnte ich es damit etwas wärmer machen. Weder der Anzug noch die Kordjacke, die fast so viel wiegt wie der riesige Koffer, kommen gegen die Kälte an. Sie geht mir bis in die Knochen, als wäre sie immer schon dagewesen, als hätte mein Körper nach ein paar Tagen schon keine Erinnerung mehr an die Wärme, an die Sonne. Ich verschränke die Arme und drücke sie eng an meine Brust. Das beruhigt mich, wärmt mich, auch wenn ich mir wie ein Verrückter in Zwangsjacke vorkomme.

Zug und Natur

Am Bahnhof wird mich Juan abholen kommen und zu seinem Haus bringen. Dort werde ich übernachten, bis ich etwas Besseres finde. Ich muss dran denken, ihm den Käse, den Schweinsrücken und den Brief von seinem Bruder zu geben, da wird er sich freuen. Wahrscheinlich rutscht mir irgendwann ein „Mellao“ raus – Juan mag es nicht, wenn man ihn so nennt, aber so haben wir in Utrera immer gesagt, einen Spitznamen wird man nur sehr schwer wieder los, höchstens im Tausch gegen einen noch Schlimmeren. Aufregen bringt nichts, solche Namen muss man einfach akzeptieren. Mir macht es ja auch nichts aus, wenn mich alle Manolito nennen, auch wenn die Verniedlichung nicht wirklich zu einem Mann über dreißig passt. Am Montag gehen wir uns dann in der Fabrik vorstellen, der „Mellao“ … Juan und ich, und reden mit dem Chef, wobei er schon versichert hat, dass alles geregelt ist, dass Not am Mann ist. Ich weiß nicht genau, wo sie mich einsetzen werden, aber es wird schon nicht schlimmer sein als auf den Feldern, wo man mitten in der Nacht aufstehen muss und sich den Rücken kaputtmacht.

Bei mir wird es sicher nicht so wie bei Joaquín, der schon nach zwei Monaten zurückgekommen ist und sich über Kälte und Schmerzen beschwert hat, alle wissen, dass Joaquín ein Feigling und ein Jammerlappen ist. Seine Mutter behandelt ihn wie ein kleines Kind und ohne sie würde er völlig aufgeschmissen sein, das war klar. Man kennt ihn als „el gorrión“, „den Spatz“, weil nicht absehbar ist, dass er jemals das Nest verlassen wird. Aber Cristóbal, der ist nach drei Jahren in einem eigenen Auto zum Urlaub wiedergekommen, und jeder weiß, dass Cristóbal nicht die hellste Leuchte ist. Man muss nur arbeitswillig sein, der Rest wird sich ergeben.

„Sie sind doch ein junger Mann, sie kennen doch die Stadt frühestens, seit es hier eine Eisenbahn gibt, damals sah es hier anders aus, Mr. Scott, ganz anders.“

Alles wird gut, alles wird gut. Es kann nicht schlimmer sein, als weiterhin in aller Frühe für einen Hungerlohn zur Feldarbeit zu gehen. Hier gibt es Arbeit und Möglichkeiten, außerdem ist es ja nur für ein paar Jahre, gerade genug, um ein bisschen Geld zu verdienen und dann geht es wieder nach Utrera. Ich will nicht wie meine Schwestern nach Alcalá ziehen, das ist nur ein Hügel, der so tut, als wäre er ein Dorf. Mit dem angesparten Geld werde ich ein Haus in der Nähe von Santa María kaufen und eröffne dann einen Laden, eine Bar oder eine Bäckerei, sowas wird immer gebraucht und wenn man sich schlau anstellt, kann man damit ganz gut verdienen.

Wie weit ist es noch? Wir hätten doch schon vor einer halben Stunde ankommen müssen? Soll ich noch einmal fragen? Mir ist lieber, sie halten mich für blöd, als dass ich die Haltestelle verpasse. Der Schaffner geht an mir vorbei, ich stehe auf und sehe ihn unbeholfen an. Ich zeige ihm nochmal meinen Zettel. Er nickt und sagt: „Nok fiar estationen.“ Ich schüttle den Kopf, keine Ahnung, was das heißt, ich verstehe nur das Wort Station. Der Mann sieht mich an, ich muss aussehen wie ein Kalb kurz vor dem Schlachter, also hält er vier Finger hoch und wiederholt: „Estationen“. Jetzt nicke ich, vier Stationen noch. Ich falte den Zettel sorgfältig, stecke ihn in meine Tasche und setze mich wieder hin. Der Mann geht weiter und murmelt etwas, das ich nicht verstehe.

Zugfahrt am Niederrhein

Die Landschaft ist weit, endlos, nicht in einem Blick zu erfassen, wie in Das war der wilde Westen, der groß im Kino angekündigt wurde, wobei der Hinweis auf das CinemaScope-Verfahren in der Ankündigung größer war als der Filmtitel. Der Zug bewegt sich zwar, aber wenn man sich die Landschaft genau ansieht, wirkt sie wie ein Standbild, ein Panorama in Grau und Grün vor blauem Hintergrund, darauf ein paar Wolkentupfer. Wenn da nicht dieses schreckliche Grün wäre, sähe es fast aus wie die Felder von Utrera, diese riesigen braunen Flächen voller Furchen unter der sengenden Sonne, die nicht so wirken, als könnte je etwas darauf wachsen. Wie ich diese Sonne über meinem Kopf hasse, von frühmorgens bis mittags, ständig, mit gekrümmtem Rücken, rauen Händen und leeren Taschen.

Im hinteren Teil des Waggons sitzt noch ein anderer Typ mit einer Mütze tief im Gesicht, einem unregelmäßig geschnittenen Anzug und einem großen, schweren Koffer, der in jedem Moment auseinanderfallen könnte. Wie ich schaut er etwas unruhig abwechselnd auf die Uhr und auf einen Zettel. Jede Wette, dass darauf der Name seiner Haltestelle steht. Wir sind uns so ähnlich, also gehen wir einander aus dem Weg, als würde bei einer Unterhaltung auffliegen, dass wir Einwanderer sind, Fremde, nicht von hier. Als ob die anderen Fahrgäste das nicht schon längst wüssten! In seinem Gesicht erkenne ich meine Ängste und Zweifel wieder, also lasse ich ihn lieber in Ruhe. Wir können einander nicht helfen. Außerdem weiß ich ohnehin schon, was wir zueinander sagen würden. Die Gespräche zwischen Immigranten in Deutschland klingen wie Unterhaltungen zweier Gefangener auf dem Gefängnishof: Wie lange bist du schon hier? Warum bist du hier? Wie lange hast du noch? Das Essen schmeckt ja grauenvoll!

„Brumencan! Brumencan!“ Der Schrei klingt durch den Waggon und mehrere Fahrgäste machen sich zum Aussteigen bereit. Koffer stehen im Weg, Stimmen klingen durcheinander, Entschuldigungen werden gemurmelt. Der Zug fährt weiter. Drei Stationen noch.

Diese Holzbänke fühlen sich an wie Dolche im Rücken. Unerträglich. Am Anfang kamen sie mir noch relativ bequem vor, aber nach ein paar Stunden haben sie ihre wahre Natur als Folterbänke offenbart. Ich würde ja aufstehen und mir die Beine vertreten oder mal auf die Toilette gehen, aber es ist zu voll und ich will meinen Koffer hier nicht allein lassen. Und was, wenn ich dann die Haltestelle verpasse? Was dann? Wen frage ich dann, an wen kann ich mich dann wenden, wie sage ich dem „Mellao“ Bescheid … Juan, meine ich. Also konzentriere ich mich besser.

Ich schaue auf die Uhr, es ist Viertel nach vier am Nachmittag. Wir hätten schon vor einer halben Stunde da sein sollen. Draußen ist es schon fast dunkel. Juan und Cristóbal haben mich beide vor dem harten Winter hier gewarnt, die Tage sind wohl sehr kurz, man geht im Dunkeln zur Arbeit und kommt im Dunkeln nach Hause, im Frühling und Sommer kann man aber angeblich danach noch rausgehen und es sich gut gehen lassen. Draußen wird es innerhalb weniger Minuten dunkel, das Grün der Landschaft wird pechschwarz. Das Fenster des Waggons verwandelt sich in eine schwarze Leinwand, einen ausgemachten Fernsehbildschirm, der ein verzerrtes Bild der Person zeigt, die es wagt, einen Blick in die Richtung zu werfen. Das schwache Licht direkt über uns macht die Gesichter schmäler und die Schatten länger. Ich tröste mich mit dem Gedanken, dass der Frühling kommen wird und dann alles besser wird. Dann ist Schluss mit den verfrorenen Gesichtern, den Sonnenuntergängen mitten am Nachmittag, der klirrenden Kälte. Aber dann fällt mir wieder ein, dass noch Mitte Oktober ist, und ich werde wieder auf den Boden der Realität geholt.

Zug und Blumen

„Sie sind doch ein junger Mann, sie kennen doch die Stadt frühestens, seit es hier eine Eisenbahn gibt, damals sah es hier anders aus, Mr. Scott, ganz anders.“ Der verdammte James Stewart geht mir nicht mehr aus dem Kopf.

„Bestel! Bestel!“ Ich verstehe den Schaffner immer schlechter. Der gesunde Menschenverstand sagt mir, dass ich ihn fragen sollte, ob das jetzt meine Haltestelle ist, aber ich habe keine Lust, noch einmal einen müden Blick von ihm zu bekommen und die Aufmerksamkeit der anderen Passagiere auf mich zu lenken, wenn ich wie ein Verrückter gestikuliere, während ich mit dem Zettel wedle und rufe: Baujladen! Baujladen! Es müssten noch zwei Halte sein. Zwei Stationen noch.

Ein paar Bänke weiter sitzt eine hübsche Blondine. Blond, blond, ganz natürlich blond, wie aus einer Zeitschrift. Als Cristóbal letzten Sommer mit dem Auto zurückgekommen ist, hat er damit angegeben, dass er schon mit vielen was hatte, er meinte, die Frauen hier wären moderner und offener, nicht wie die prüden Zuhause. Was für ein Angeber, dieser Cristóbal! Ich würde so gerne auf sie zugehen, mich vorstellen und schauen, ob die Frauen hier wirklich so offen sind, aber was würde ich nur sagen, ich kann ja kein Wort Deutsch. Ich sehe sie an, sie erwidert den Blick, lächelt und sieht weg. Vielleicht habe ich eine Chance, wenn …

„Baujfel! Baujfel!“ Mist! Das ist meine Haltestelle. Ich schnappe mir den Koffer und stürme im letzten Moment zur Tür. Das verdammte Ding ist so schwer! Ich dachte eigentlich, es kommt erst noch ein Halt, aber die Blondine hat mich abgelenkt. Und was will jetzt dieser Typ von mir? „Nein! Nein!“ Der Schaffner stellt sich vor mich und versperrt mir den Weg. „Nein. Di neste. Di neste.“ Ich will ihn wegstoßen und aussteigen, aber der Mann rührt sich nicht vom Fleck. Warum geht er nicht zur Seite? Ich versuche es weiter, aber der Koffer ist so schwer, da kann ich nichts machen. „Di neste“, wiederholt er noch einmal, aber ich verstehe ihn immer noch nicht. Alle starren uns an, überrascht und unangenehm berührt von meiner forschen Art, auch die Blondine, deren Lächeln verschwunden ist. Der andere Immigrant mit der Mütze vor dem Gesicht ist der einzige mit gesenktem Blick, vielleicht ist ihm die Sache peinlich und er will nicht, dass die anderen Fahrgäste uns miteinander in Verbindung bringen. Der Schaffner erklärt mir mit beiden Händen wie ein Meister-Pantomine, dass meine Haltestelle erst der nächste Bahnhof ist. Ich zeige ihm nochmal den Zettel, aber inzwischen weiß er ohnehin, was darauf steht. Er wirft einen Blick darauf. Für einen Moment meine ich ein schwaches Lächeln in seinem Gesicht zu erkennen, aber es ist eher eine müde Grimasse. Er nickt und geht mürrisch durch den Waggon. Die anderen Fahrgäste sehen wieder nach vorne, die Show ist vorbei.

Ich bleibe stehen, es ist ja nur eine Haltestelle und wenn ich zurück zu meinem Platz gehe, müsste ich mich noch einmal dem Blick der Blondine stellen und die Niederlage eingestehen. Vielleicht ist Joaquín, der Spatz, gar nicht so ein Jammerlappen, vielleicht ist es wirklich schwer hier und nicht jedermanns Sache. Aber es sind nur zwei Jahre, die vergehen wie im Flug, und nach der Rückkehr wird alles besser. Außerdem ist bald Frühling. Ja, bald kommt der Frühling und alles wird anders, ganz anders, Mr. Scott, ganz anders …

Eine weitere Zugfahrt am Niederrhein

Texto en español: https://stadt-land-text.de/2022/06/24/la-llegada/

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La llegada

“Sí, es muy joven, usted solo conoce la ciudad desde que la cruzó el tren. Era muy diferente entonces, muy diferente, señor Scott, muy diferente. La primera vez que llegué a Shinbone fue en una diligencia, algo muy parecido a esto…“ La voz de James Stewart repite este diálogo en mi cabeza, en bucle, como una de esas canciones que se quedan grabadas en tu cerebro y que cualquier intento de hacerlas desaparecer sólo agravan la situación.

Podría repetir con precisión de cirujano cada uno de los diálogos de “El hombre que mató a Liberty Valance”, he perdido la cuenta de las veces que la he visto. Cada día de paga el mismo ritual: mi traje de los domingos y al cine de verano. Y ahora estoy en este desvencijado tren, muerto de frío y cansado, pero no soy James Stewart y mi destino no es Shinbone, aunque el nombre de mi estación, que tengo anotado en un papel, sea casi tan inteligible. Tanto que aunque releo el nombre cada diez minutos soy incapaz de retenerlo, como si el nombre de mi destino mutase dentro del bolsillo, una especie de brújula mal imantada que señala el norte a capricho.

“¡Ouarauzen! ¡Ouarauzen!” Grita el revisor desde la otra punta del vagón. Está no es mi parada, y no es que lo sepa porque haya entendido lo que ha dicho el hombre, sino porque hace escasos cinco minutos que le pregunté y me dijo que aún faltaba para llegar. La comunicación ha sido complicada, pero con gestos nos hemos logrado entender o eso espero. Supongo que aprenderé alemán durante el tiempo que esté aquí, en el trabajo y el día a día. No puede ser tan difícil. El mellao me dijo que él con lo básico se maneja bien, que no me preocupe por eso. Mientras me den trabajo qué más da si los entiendo o no.

¡Sus mulas toas, qué frío! Repito esa frase a modo de mantra como si me sirviera para exorcizar las bajas temperaturas que hay en el vagón. Ni el traje de paño, ni el chaquetón de pana, que pesa tanto como la enorme maleta, logran que el frío desaparezca. Lo siento calado en los huesos, como si hubiera sido así siempre, como si mi cuerpo en pocos días hubiese perdido la memoria del calor, del sol. Me cruzo de brazos y los aprieto contra mi pecho. El forzado gesto me reconforta, me devuelve algo de calidez. Aunque me haga parecer uno de esos locos con camisa de fuerza.

Vías y naturaleza

Al llegar a la estación, Juan estará allí y me llevará a su casa. Me quedaré allí hasta que encuentre algo mejor. Que no se me olvide darle el queso, el lomo y la carta que su hermano me ha dado para él, verás qué alegría se va a llevar. A ver si no meto la pata y se me escapa decirle mellao, porque a Juan no le hace ninguna gracia el mote, pero claro, así es como lo hemos llamado toda la vida en Utrera, y un mote es algo muy complicado de cambiar y cuando uno lo consigue, la mayoría de las veces, es porque le han puesto otro peor. Así que lo mejor es aceptar el mote de cada uno, sin muchos aspavientos. Por ejemplo, a mi no me molesta que me llamen Manolito, aunque ya tenga más de treinta años. El lunes mismo me presentaré con el mellao… Con Juan en la fábrica y hablaremos con el encargado, aunque él ya me ha dicho que está todo solucionado, que hace falta mucha mano de obra. No tengo claro en qué voy a trabajar, pero no va a ser peor que el campo, los madrugones y la espalda reventá.

Además yo no voy a ser como el Joaquín, que tras dos meses se volvió quejándose del frío y de la pena, aunque todo el mundo sabe que el Joaquín es un cobarde y un quejica y que no iba a aguantar mucho sin su madre, que lo trata como si fuera un niño. Normal que todos le conozcan por el gorrión porque nunca va a dejar el nido. Mira al Cristóbal, que en tres años volvió de vacaciones con su propio coche y todo el mundo sabe que el Cristóbal no es el más espabilado que digamos. Lo que hay que tener es ganas de trabajar y lo demás pues ya veremos.

“Sí, es muy joven, usted solo conoce la ciudad desde que la cruzó el tren. Era muy diferente entonces, muy diferente, señor Scott, muy diferente…”

Va a salir bien, va a salir bien. No puede ser peor que seguir madrugando para trabajar en el campo y todo por dos duros. Aquí hay trabajo y oportunidades, además van a ser solo un par de años, lo suficiente para ahorrar algo y de vuelta a Utrera. Yo no quiero ir a Alcalá como mis hermanas, eso no es un pueblo, es un cerro. Con el dinero ahorrado me compro una casa al lado de Santa María y abro un negocio: un bar o una panadería que de esos siempre hacen falta y si uno lo sabe llevar con cabeza dejan un buen capital.

¿Cuánto quedará? Hace más de media hora que debíamos haber llegado. ¿Y si vuelvo a preguntar? Mejor que me tomen por un pesado que perder la parada. El revisor pasa a mi lado, me levanto y lo encaro torpemente. Le muestro de nuevo el papel. El hombre asiente y me dice que “Nok fiar estationen” Niego con la cabeza, no sé qué significa eso, solo entiendo la palabra estación. El tipo me mira, debo tener cara de ternero a punto de ser degollado, así que me señala su mano con cuatro dedos alzados y repite “estationen”. Ahora sí, asiento, cuatro estaciones. Doblo con cuidado el papel, lo guardo en el bolsillo y vuelvo a sentarme. El hombre prosigue su camino mientras rezonga algo que no logro entender.

Viaje en tren NIederrhein

El paisaje es extenso, interminable, imposible de abarcar con la vista, como en “La conquista del Oeste” que anunciaban en el cine con “Rodada en Cinemascope” con letras más grandes que el propio título de la película. Aunque el tren esté en movimiento, si miras el paisaje con mucha atención puede llegar a confundirte y pensar que estás ante una foto fija, una panorámica en tonos grises y verdes, con un azul al fondo moteado de blanco por algunas nubes. Si no fuera por ese verdor terrible me recordaría a los campos de Utrera, esas inmensas extensiones marrones llenas de surcos bajo un sol abrasador y de las que parece imposible que pueda brotar nada. Cuánto odio ese sol sobre la cabeza, desde el amanecer hasta el mediodía, sin descanso, con la espalda doblada, las manos encalladas y el bolsillo vacío.

Al fondo del vagón hay otro tipo con gorra calada, traje de paño de corte irregular y un maletón grande y pesado que amenaza con romperse. Como yo, mira el reloj y un papel alternativamente y con algo de ansiedad. Me apuesto lo que sea a que en ese papel está el nombre de su parada. Somos tan parecidos, que nos evitamos, como si al hablarnos delatásemos nuestra condición de emigrantes, de elementos ajenos a ese mundo, delante del resto de pasajeros. ¡Cómo si ellos no supieran ya que no somos de aquí!. Reconozco en su mirada, mis miedos y dudas, por eso decido no molestarlo. No somos de ninguna ayuda el uno para el otro. De todas formas ya conozco de antemano que nos diríamos. Las conversaciones entre emigrantes en Alemania se parecen mucho a las de dos presos en el patio de la cárcel: ¿Cuánto tiempo llevas? ¿Por qué estás aquí? ¿Cuánto te queda todavía? ¡Qué mala es la comida!

“!Brumencan! !Brumencan!” El grito atraviesa el vagón al tiempo que varios de los pasajeros se ponen en pie. Maletas que tropiezan, un ligero alboroto y un murmullo de disculpas. El tren vuelve a ponerse en marcha. Tres estaciones.

Estas maderas se clavan a mi espalda como puñales, ¡es insoportable!. Al principio parecían cómodas, pero tras varias horas han revelado su verdadera naturaleza como potro de tortura. Me levantaría a estirar las piernas o a ir al servicio, pero hay mucha gente y no me atrevo a dejar la maleta aquí sola. Además qué pasaría si por un despiste pierdo mi parada, qué hago entonces, a quién pregunto, a quién reclamo, cómo aviso al mellao… a Juan. Por eso debo estar concentrado.

Miro el reloj, son las cuatro y cuarto de la tarde. Hace media hora que deberíamos haber llegado. Es temprano, pero afuera es noche casi cerrada. Tanto el Juan como el Cristóbal me avisaron que el invierno aquí era duro, los días muy cortos, que se entraba a trabajar antes de que amanezca y se salía de noche, pero que ya habría tiempo en primavera y verano de salir a la calle y disfrutar un poco. A través de la ventana del vagón, el paisaje se ensombrece en cuestión de minutos y el verde se arrastra hasta la oscuridad más absoluta. La ventana pasa a ser una pantalla negra, una televisión apagada que devuelve un retrato deformado de quien se atreve a mirarla. La luz tenue del vagón, cenital sobre nuestras cabezas, afila los rostros y alarga las sombras. Me consuelo pensando que la primavera ya va a estar aquí y todo mejorará. Adiós a los rostros de sonrisa congelada, a los anocheceres a media tarde, al frío que cala los huesos. Aunque todo eso se viene abajo cuando recuerdo que aún estamos a mediados de octubre.

Vías y flores

“Sí, es muy joven, usted solo conoce la ciudad desde que la cruzó el tren. Era muy diferente entonces, muy diferente, señor Scott, muy diferente.” Maldito James Stewart que no logro sacarme de la cabeza.

“!Bestel! ¡Bestel!” A cada grito del revisor entiendo menos lo que dice. El sentido común me dice que le pregunte si es la mía, pero ya lo he hecho tres veces y no tengo más ganas de aguantar su mirada de cansancio o como el resto de viajeros levantan por un segundo la vista para verme gesticular como un loco mientras agito el papel con el nombre de la estación y repito: ¡Baujladen! ¡Baujladen! Si no me equivoco quedan dos estaciones. Dos estaciones.

Un banco más allá hay una rubia guapísima. Rubia, rubia, de las de verdad, parece de revista. Cuando el Cristóbal volvió con el coche el pasado verano presumía de haber estado con varias, decía que las mujeres aquí son más modernas y más abiertas, no como las mojigatas del pueblo. ¡Menudo fantasma el Cristóbal! Me encantaría acercarme a ella y presentarme y ver si es verdad que son tan abiertas, pero qué le digo, no sé ni una palabra de alemán. La miro, me mira, sonríe y agacha la mirada. Quizá tenga una oportunidad si…

“¡Baujfel! ¡Baujfel!” ¡Mierda! Esa es mi parada. Agarro la maleta y corro hasta la puerta casi sin tiempo. ¡Cómo pesa la condenada! Pensé que faltaba otra parada más, me habré despistado con la rubia. ¿Y ahora qué quiere este tío? “¡Nein! ¡Nein!” El revisor se sitúa delante de mí y me impide bajar. “Nein. Di neste. Di neste”. Intento apartarlo y bajar, pero el hombre no se mueve ni un centímetro. ¿Por qué no se aparta? Forcejeo, pero con la maleta en la mano no consigo nada. “Di neste” repite una y otra vez, pero sigo sin comprenderlo. Todos los pasajeros nos miran, sorprendidos e incómodos por mis formas bruscas, incluida la rubia cuya sonrisa ha desaparecido. El otro emigrante, el de gorra calada, es el único que ha agachado la cabeza, quizá avergonzado de mi torpeza e intentando que los otros pasajeros no lo relacionen conmigo. El revisor, como el mejor mimo que he visto en mi vida, usa las dos manos para explicarme que mi parada es la próxima. Le muestro de nuevo el papel, que a estas alturas debe conocer mejor que su propio nombre. Lo mira. Por un momento atisbo una leve sonrisa, pero es una mueca de cansancio. Asiente y sigue recorriendo el vagón, rezongando. El resto de pasajeros vuelve su mirada al frente, el espectáculo ha terminado.

Me quedo de pie, solo es una parada y volver a mi sitio sería volver a enfrentar la mirada de la rubia, reconocer la derrota. Quizá Joaquín, el gorrión, no sea tan quejica, puede que sea difícil, no para todo el mundo. Pero son solo dos años, eso pasa volando y a la vuelta todo irá mejor. Además la primavera ya va a estar aquí. Sí, la primavera y todo será muy diferente, muy diferente, señor Scott, muy diferente…

Otro Viaje en tren NIederrhein

Text auf Deutsch: https://stadt-land-text.de/2022/06/24/die-ankunft/

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Krefeld (ES)

“Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca.”

Jorge Luis Borges

No puede ser tan difícil encontrar un libro en una biblioteca, es cuestión de paciencia y destreza visual, ¡qué bueno sería encontrarlo! ¿Y si no es Manuel el autor? Habré perdido el tiempo, aunque al menos habré visitado Krefeld, pero, ¿dónde está Krefeld? Todos esos pensamientos se atropellan unos a otros en el tren entre Hamminkeln y Düsseldorf, donde me encontraré con Maike para hacer la última parte del viaje.

Nada más llegar, Maike responde mi pregunta y dice que estamos aún a unos treinta minutos de camino en coche. Parte de la organización de la Residencia de escritura de la zona de Niederrhein, Maike ha sido de gran ayuda desde el inicio del programa. Cuando le comenté mi intención de ir a Krefeld, se sumó al instante a la búsqueda. Perfecto, un par de manos y ojos extras para encontrar la Antología del Bajo Rin del año 1985.

Krefeld

Tengo la mala costumbre o la ignorancia de pensar que las grandes ciudades se corresponden con los principales clubes de fútbol, por eso siempre pensé que en Niederrhein la principal ciudad sería Mönchengladbach y no Krefeld, pero para mi sorpresa son ciudades similares en cuanto a habitantes e historia. Podría aburriros con datos históricos de Krefeld que acabo de buscar en Wikipedia, pero os ahorraré esa parte. Solo decir que es una ciudad de casi 250 mil habitantes, con grandes alamedas, varios museos, arquitectura Bauhaus y una creciente actividad cultural.

Al llegar a nuestro destino nos reciben los responsables de la casa de la literatura de Krefeld: Thomas, el director y conocido autor de thrillers, de unos cincuenta años y en traje de chaqueta, y su asistente, Marlene, especialista en literatura y quien lleva la parte de comunicación. Tras los saludos y presentaciones, hacemos una rápida visita a la casa. Estamos en un edificio que conserva la arquitectura y mobiliario de los años sesenta en algunas de sus habitaciones, lo que transmite la sensación de tiempo detenido. En la planta baja hay una pequeña sala para presentaciones y la biblioteca se sitúa en la planta superior junto al despacho de Thomas. Además de la atestada biblioteca, llaman mi atención la cocina y el cuarto de baño, en especial por los azulejos de colores vivos o con arabescos imposibles, propios de una película de Almodóvar.

Cocina y Cuarto de Baño

Tras visitar la casa, aprender un poco sobre su historia y sobre sus anteriores inquilinos, Thomas se disculpa por tener otros compromisos que atender y nos quedamos con Marlene. “Ayer estuve mirando un par de horas en la biblioteca, pero no encontré nada“, nos dice de forma directa. Desde luego no es la forma más alentadora de empezar a buscar. Con la confianza de que varios ojos tendrán más posibilidades de encontrar el libro perdido, volvemos a la planta de arriba, a la enorme biblioteca, dispuestos a empezar la búsqueda.

Somos tres, así que dividimos la biblioteca por zonas. En un primer vistazo cálculo que podemos terminar en un par de horas. Mi estimación varía en cuanto veo que en cada balda de la estantería hay dos filas de libros y que, en la mayoría de los casos, para poder observar bien los títulos de la balda interior hay que apartar los libros de la fila exterior. Doble trabajo, doble tiempo. Qué más da, nunca pensé que esto fuera a ser fácil.

Visitar una biblioteca ajena, o mirar la colección de discos de alguien, es algo muy personal, casi como leer su diario. Ahí expuestos en los anaqueles están sus gustos, intereses, afinidades e incluso sus odios. En mi caso, con un completo historial de juicios errados a mis espaldas, sigo extrayendo conclusiones erróneas sobre amigos o conocidos a partir de sus libros o discos. Soy esclavo de esa teoría de Pierre Bourdieu que define que lo que llamamos gustos son una serie de asociaciones simbólicas que usamos tanto para distinguirnos de quienes ostentan un estatus social inferior al nuestro como para aspirar al estatus que creemos merecer. El filósofo francés considera que el gusto es una forma de diferenciarnos de los demás, en resumen otro complejo más de clase que añadir a la lista. Si por el contrario visito una casa y no hay libros a la vista, siempre me acuerdo del consejo de John Waters, el director de cine: “Si vas a casa de alguien y no tiene libros, no te lo folles”. La idea es extrapolable a forjar una amistad, iniciar una relación amorosa o cualquier interacción entre dos personas que requiera un poco de sensibilidad.

Biblioteca a contraluz

Al inicio de la búsqueda me he detenido en cada ejemplar y lo he mirado con curiosidad, por si conocía al autor, el título o la editorial, pero tras despachar un par de estanterías me he convertido en una máquina, un escáner humano, con un solo objetivo: Antología del Bajo Rin. Si no leo algunas de esas palabras, mi vista no se detiene ni un segundo en el libro y paso al siguiente.

Miro la fila exterior: Uno, dos, tres, cuatro… hasta llegar a veintiséis. Aparto con mucho cuidado los veintiséis libros y miro la fila interior: Uno, dos, tres, cuatro… hasta llegar a veintitrés libros. Una, dos, tres, cuatro… hasta siete veces, una por cada una de las baldas de la estantería. Una, dos, tres, cuatro… He perdido la cuenta de cuántas estanterías he mirado y cuántas me quedan. Lo hago con cuidado, consciente de que el cerebro, por una cuestión evolutiva, crea atajos o minimiza sus funciones para ahorrar esfuerzos, como pasa con la lectura vertical o automática. Esto me recuerda el chiste de Woody Allen: “He hecho un curso de lectura rápida y he leído Guerra y paz en veinte minutos. Habla de Rusia.”

Siempre me han gustado las tareas en las que se repite una acción de forma mecánica y el resultado siempre es el mismo. Me reconforta esa seguridad en la que el error no parece tener cabida. En el siglo XIX hubiera sido el Messi de las cadenas de montaje, un superdotado dentro de la maquinaria de ensamblaje de cualquier fábrica, la envidia de todo obrero no cualificado. Además este trabajo de repetición, una vez asimilado, hace que mi cerebro se relaje y la creatividad se dispare. Pasa igual con la interpretación, hay un ejercicio básico en dirección de actores que es darles un trabajo manual durante la escena. De esa manera, concentrados en la tarea, se olvidan de que están actuando y su interpretación se hace más natural. Aunque, ¿es necesaria esa naturalidad? O es mejor que sepamos que estamos en una represent… Stop. Estoy divagando. MIERDA. He perdido el foco de la búsqueda. Vuelvo atrás, reviso de nuevo la fila. Debo estar concentrado o nunca terminaré de buscar, seré un Sísifo que acarrea libros sin vislumbrar nunca la cima.

Libros

Evito transmitir a Maike y Marlene mi satisfacción por el trabajo mecánico y el don que tengo para ejecutarlo. Ellas no parecen estar pasándolo tan bien y no sé si voy a ser capaz de explicárselo de forma convincente. Tras un par de horas de búsqueda sin éxito, hacemos un descanso. Nos sentamos en el jardín bajo la sombra proyectada por la enorme torre de agua anexa a nuestro edificio. Nos acompaña Thomas, quien se interesa por la historia de mi tío abuelo. En cuestión de un par de frases veo como su mente de autor de thrillers trabajaba a toda máquina ofreciéndome posibles hilos argumentales para la historia de Manuel. Abrumado por ser el centro de atención, cambio de tema y pregunto por Otis Bruns, el antiguo propietario de la mayoría de la colección de libros que llenan la casa. Al instante me doy cuenta que he tocado un tema sensible. El señor Bruns fue un activo colaborador nazi, por lo que aceptar su herencia fue una difícil decisión para la casa de la Literatura. Pero son libros, algunos ejemplares únicos, incunables y obras descatalogadas. ¿Qué sería de una casa de la literatura sin libros? Por eso desde hace años intentan que el nombre de Otis Bruns no esté ligado a su labor de fomento de la cultura y la literatura en Krefeld. Es interesante que estamos en procesos contrarios, por mi parte estoy en un viaje en búsqueda de recuerdos y memoria, haciendo arqueología familiar para reconstruir la figura de mi tío abuelo Manuel, mientras que ellos están inmersos en un camino de olvido, de borrar esos restos del pasado que tanto tiempo después todavía pesan como una losa.

Volvemos a la biblioteca y un escalofrío me recorre la espalda como una descarga eléctrica. ¿Y si han cambiado la cubierta del libro?¿O sí ya lo he pasado por alto?¿ O simplemente no está allí? Quedan pocas estanterías por revisar, así que lo más lógico es continuar, aunque la duda ya se ha instalado en mí. Nos encontramos los tres en la última estantería, yo en las baldas de abajo, Marlene en las centrales y Maike en las superiores. Pienso que sería mucha casualidad que el libro estuviera en esa última. Ocurre lo que tiene que ocurrir: No encontramos nada. La realidad se impone.

Hemos removido toda una biblioteca con él único indicio de una siglas (M.C. Bautista) que podrían corresponder a las de mi tío abuelo. ¿Qué esperaba que ocurriera? Mi cara de decepción contrasta con la de Marlene que con un gesto, entre cansancio y resignación, nos indica que la sigamos.

Biblioteca

Desde una esquina del jardín descendemos un par de peldaños y nos situamos frente a una puerta semioculta por la vegetación. El chirrido metálico de la puerta ya es una clara señal de que nos adentramos en terreno ignoto. Estamos en una gran superficie interrumpida por algunas columnas y que parece corresponder a las plantas superiores de la casa si éstas no tuvieran paredes. Hay muebles, un par de viejos cortacésped y libros, muchos libros. El techo bajo y la poca iluminación, filtrada por un par de estrechas ventanas, no ayudan a hacer el espacio más acogedor. Los libros están en cajas de cartón (cajas de plátanos para ser más exactos. Si visitan cualquier stand de libros de segunda mano o cualquier anticuario es fácil encontrar que la mayoría se guardan en cajas de plátanos. ¿Por qué esa y no otra fruta? ¿Por qué los bibliófilos solo guardan su material en cajas de bananas? ¿Qué conexión hay entre los libreros y los vendedores de plátanos? ¿Qué nos ocultan? ¿En qué se parece un plátano a un libro? De momento no estoy preparado para desentrañar todos estos enigmas que preocupan a la humanidad, como el monstruo del lago Ness o el valor de las criptomonedas, pero estoy seguro de que hay una explicación).

En el sótano están los libros que tienen alguna tara, los deteriorados y mal conservados, o los que pertenecen a malas ediciones y que no merece la pena exponer en la biblioteca. Pienso: ¿Por qué no hemos empezado por aquí desde el principio? En este nuevo escenario la dificultad de la búsqueda estriba en el polvo acumulado entre los libros, que hacen que estornude sin parar y tenga los ojos irritados y llorosos. Me siento en el Disneyworld de los ácaros.

Libros Viejos

En El Club Dumas de Perez Reverte el personaje principal es una especie de Indiana Jones de bibliotecas, Lucas Corso, quien debe resolver un asesinato a partir de la búsqueda de un libro. Parecido al Guillermo de Baskerville, un trasunto de Sherlock Holmes medieval, de El Nombre de la Rosa de Umberto Eco. En ambos casos, un libro se sitúa en el centro de una trama de asesinatos. ¿Hay en mi historia un crimen sin resolver a partir de un libro? ¿Será esto el inicio de un misterio más allá de mi tío abuelo? Y si hasta ahora todo ha sido un MacGuffin y la verdadera historia empieza aquí. Nunca lo sabremos si no encuentro esa maldita antología.

Manuales de jardinería, manuales de autoayuda, manuales de informática, libros de crímenes y misterio, manuales de autoayuda disfrazados de manuales de jardinería… En qué momento he terminado en este sótano hasta arriba de polvo. El estornudo y los mocos dificultan la tarea, pero ya he llegado demasiado lejos para rendirme. Uso mi mascarilla, si funcionó contra el Corona virus podrá también hacerlo con esto. Algo mejora, pero es como si el polvo ya se hubiera instalado en mi organismo. Soy como esos alcohólicos que al probar una simple gota de alcohol recaen en su adicción. Sigo estornudando.

Más libros viejos

La lista de libros desaparecidos a lo largo de la historia es mayor que la de aquellos que han sobrevivido y aún así hay tantos por leer… Ya sea por accidente, incendios en bibliotecas, de Alejandría a Sarajevo o Iraq, censura o el simple olvido han hecho desaparecer gran parte de la obra escrita de la humanidad. Frente a mí, entre todo este montón de libros, se encuentran los mejores o, al menos, los más destacados pensamientos, reflexiones o experiencias de todos estos autores o autoras olvidados, sepultados entre otros libros y ya sin esperanza de volver a ser leídos. Esto reafirma mi creencia en que lo natural es leer y que la escritura es una forma de tortura autoinflingida y que, pese a todo, seguimos practicando. De nuevo Woody Allen, él explica mejor que yo esa paradoja: Las dos señoras que están en un hotel de montaña y una de ellas se queja de que la comida es malísima y la otra le responde: “Y las raciones son tan pequeñas”.

“¡Aquí! Lo encontré”

Tardo un par de segundos en reaccionar al grito de Maike, absorto como estoy en mis pensamientos. Soy como un condenado a muerte que sube hasta el cadalso y le indultan cuando ya tiene la soga al cuello, en el que el primer sentimiento que experimenta no es alegría por la posibilidad de seguir vivo, sino enfado por la interrupción del proceso de ejecución.

El libro está en buen estado: el lomo algo amarillento como si hubiera pertenecido a la biblioteca de un fumador y la esquina superior izquierda algo doblada por un golpe. Lo abrimos por el índice: Leonhard Junghans, Brunhilde Elbin, Valeria Melis, Martin Heinrichs, M.C. Bautista… Página 85. Impaciente por saber si M.C. es mi tío abuelo, abro el libro por la página 79, paso un par de páginas y para mí sorpresa de la 84 saltamos a las 93. Vuelvo atrás, como si al volver al intentarlo las páginas fueran a reaparecer por arte de magia. No lo hacen. Después de horas de búsqueda hemos encontrado la Antología, pero no podemos confirmar que el texto fuese escrito por Manuel.

Antología del Bajo Rin

Me duelen tanto los brazos de trastear libros durante todo el día que el cansancio no deja lugar a la tristeza. Al menos se ha intentado, me digo, mientras me dirijo a la salida. Y aunque suene a excusa, ¿qué más puedo hacer?

En el tren de vuelta a Hamminkeln me animo un poco y pienso que aún hay esperanza de encontrar el rastro de Manuel a través de la embajada o de las otras vías abiertas. Llevo conmigo el libro, regalo de Marlene, como premio de consolación. Vuelvo a la página 84 y observo que queda un pequeño resto de las páginas sustraídas: Fueron cortadas casi de raíz, con total seguridad con un Cutter. Por lo tanto no es un fallo de imprenta. ¿Pero quién haría eso? No tiene sentido. Repaso el índice y veo que los otros textos están completos. Para mi sorpresa, tras revisar el último texto, encuentro que al final del libro se incluyen las biografías de los autores y su foto correspondiente. Paso entre los autores, sucesión de nombres y fotos en blanco y negro, y ahí está M.C. Bautista, o lo que es lo mismo, mi tío abuelo Manuel, quizá no su mejor foto, pero sí la confirmación de que es él.

Bio M.C. Bautista

Es tal el subidón que estoy a punto de abrazar al señor que está sentado a mi lado en el tren y que lleva una hora viendo un documental en su móvil a todo volumen sobre la conexión del Club Bilderberg, reptilianos y vacunas. Un resquicio de pudor, y el sentido común, me indica que hay personas (especiales) a las que es mejor no invadirles su espacio personal. Le sonrío, me mira y sube el volumen de su móvil.

Junto a la fotografía de Manuel hay un breve texto a modo de biografía. A diferencia de las descripciones de los otros autores, más extensas y elaboradas, el texto son dos líneas crípticas, como si estuvieran traducidas de forma automática, aunque en 1985 no había traductores en internet, así que debe haber otra explicación. Las dos líneas dicen:

Texto Manuel

¿A quién pertenecen esas iniciales? ¿Y esas series de números? ¿Tiene algún sentido el texto? No sé qué puede significar o si se debe a un fallo de imprenta, como una hoja de prueba o algo así. Lo más positivo de toda esta aventura es que al menos tengo una foto de Manuel que me permitirá difundirla a través de redes sociales con la esperanza de que alguien lo reconozca y pueda darme alguna pista sobre él.

Manuel Campón Bautista

Mi amigo Jacinto, experto en teoría de la comedia, entre otras muchas cosas, considera que el número perfecto para hacer reír es el tres. Ya sea para un gag, un chiste o un sketch, el número de repeticiones para que algo sea gracioso debe ser tres. Así que para cerrar el texto recurro de nuevo a Woody Allen: ‚Doctor, mi hermano está loco, cree que es una gallina”. Y el doctor responde: “¿Y por qué no lo interna en un manicomio?” Y el tipo le dice: ‚Lo haría, pero necesito los huevos”. Creí que esta metáfora me ayudaría a explicar el actual estado de la búsqueda de Manuel, pero a estas alturas aún no sé quién es el doctor, el hermano o quién es el loco que se cree una gallina en esta historia. Sólo tengo la certeza de que la búsqueda continua.

En español Buch se dice “libro” y frei “libre”. podría mentir y contar una historia acerca del origen etimológico común de estas palabras que las relacione: lectura y libertad. Pero solo se trata de una coincidencia fonética de la traslación de los fonemas del latín a las lenguas romances. Maravilloso azar.

Text auf Deutsch:https://stadt-land-text.de/2022/06/03/krefeld-de/

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