La Búsqueda: El mundo real
17. Mai 2022
De repente me pregunto por qué tengo que contar esto,
Julio Cortázar
pero si uno empezara a preguntarse por qué hace todo lo que hace,
si uno se preguntara solamente por qué acepta una invitación a cenar…
Las babas del diablo (Las armas secretas, 1959)
Internet no sirve para nada, es una herramienta inútil, un gran vertedero donde es imposible encontrar nada, mejor dicho, nada útil o que me acerque a encontrar a Manuel. Mi opinión no es algo nuevo, muchos pioneros y gurús de la tecnología ya auguraron hace treinta años el fracaso estrepitoso de internet, etiquetándolo como moda pasajera o entretenimiento para adolescentes. Sus erradas predicciones a muchos de esos gurús no les impidió amasar enormes fortunas, propias de supervillanos o de príncipes qataríes, si no vienen a ser lo mismo. Ante este panorama desolador el campo de búsqueda se abre a un nuevo escenario: el mundo real.
La imagen del autor escribiendo a mano en una pequeña mesa de un café, mientras con la otra mano alterna una taza y un cigarro medio consumido es uno de los clichés más famosos de la literatura. Antico Caffè Greco en Roma, La Closerie des Lilas en París, Café de Fornos o Café Gijón en Madrid, el café literario es un elemento central en la historia de la literatura. Esos cafés, en su mayoría decimonónicos, han sido lugares de encuentro, de debate y de confidencias entre autores, artistas o lectores que han pasado a la historia de la literatura. Ya sea como una forma de exorcizar esa imagen o de romper con el cliché y ese halo de romanticismo literario, Eva Karnofsky me cita en Thunderbike Roadhouse a las afueras de Hamminkeln, anexo a una tienda de motos Harley Davidson, en un polígono industrial donde comparte espacio con un salón de juegos, una empresa de materiales de jardín y un burdel que también hace las veces de centro anti-Covid (Tiempos extraños en los que nos ha tocado vivir). El Thunderbike es un restaurante de comida americana con una estética muy cuidada y cuya carta es la pesadilla de todo dietista o cardiólogo.
Al llegar, Eva me espera en una mesa algo alejada del resto. Es media tarde, así que pedimos café y ella lo acompaña con un helado con una pinta deliciosa, quizá el motivo de haber elegido ese lugar como punto de encuentro. Eva Kanovsky es periodista. La descripción podría terminar ahí, porque es de esos casos en los que una profesión y una persona son indistinguibles la una de la otra. Periodista por vocación, apasionada de su trabajo y de la función social que este cumple, también ha sido autora de varios libros. Eva sigue ejerciendo la profesión, pese a estar jubilada, escribiendo en periódicos de la zona y para WDR. La he citado porque pienso que una persona con su experiencia podría guiarme en la búsqueda de mi tío abuelo en la era pre-internet.
Y aunque Eva es la periodista, y también la autora, intercambiamos por un día los roles y soy yo el que hace las preguntas. ¿Dónde aprendiste español? Me cuenta que a través de su relación con el ya fallecido, José Comas, corresponsal en Alemania del periódico español El País. Después lo practicó y mejoró viviendo varios años en Argentina y recorriendo Sudamérica. Allí trabajó como periodista y coordinó varias antologías literarias. Hablamos todo el tiempo en español, lo que me permite mantener una actitud más relajada. El español de Eva es fluido, aunque se disculpa por tenerlo un poco oxidado por falta de uso.
Me cuenta que ya no sigue la prensa española como antes, que la mayoría de los periódicos son bajo suscripción y que es mucho lío abonarse a todos. Yo por mi parte me quejo que hay mucho clickbait y coincido con ella en que el contenido de calidad es por suscripción. Aún así le recomiendo a algunos periodistas que me gustan: Manuel Jabois, Alberto Olmos y el fallecido, David Gistau.
Le pregunto por qué vive aquí, un lugar pequeño y en apariencia tranquilo, después de haber vivido en grandes ciudades durante toda su vida, si es porque está buscando más tranquilidad, una vida más apacible. Pero la realidad es mucho más pragmática, vive en Hamminkeln acompañando a su padre de 91 años. Si no viviría encantada en Munster. Echa de menos la escena cultural y literaria de una gran ciudad.
Eva contesta mis preguntas y a su vez me interroga sobre literatura en castellano. Para mi sorpresa me habla de Mariana Enríquez, autora argentina, le gusta mucho y se alegra del éxito que está teniendo. Yo me quejo de que Roberto Bolaño no sea tan conocido en Alemania, aunque puede que sea más una impresión que una realidad, a lo que ella sentencia, que la gran diferencia con Enríquez es que hacer promoción con un autor muerto es complicado para la editorial. Durante un par de segundos pienso en actividades para las que la muerte no sea un obstáculo. No se me ocurre nada más allá de estar tumbado y ayunar.
Me cuenta sobre su experiencia en Latinoamérica, habla con admiración de Violeta Chamorro, ex presidenta de Nicaragua, a la que conoció en persona y le dejó una profunda impresión, y de Isabel Allende, más de su feminismo y de la elección de sus temas literarios que de su estilo. No habla tan bien de Mario Vargas Llosa, a quien una serie de encuentros y desencuentros a lo largo de su vida han hecho que se convierta en un personaje odioso. Hago de abogado del diablo e intento defenderlo, más que por Premio Nobel, por haber escrito algunas buenas novelas, cosa harto complicada. Solo hayamos consenso en que su última buena novela fue “La Fiesta del Chivo” aunque al repasar la fecha de publicación nos sorprendemos de que ya hayan pasado más de veinte años.
Entre medio se cuela el tema de la política y la situación en Niederrhein. Eva ha estado trabajando en el caso de un vertedero ilegal en la zona. Orgullosa me cuenta que gracias al periodismo, y a otros agentes sociales, se pueden conseguir mejoras, cambiar las cosas. Siempre miro con cierto escepticismo estas visiones optimistas o utópicas de la prensa o la literatura como motor de cambio o como medio útil para lograr cambios sociales o políticos, pero admiro su determinación. Aun así se muestra desencantada con la actitud pasiva de la mayoría, a los que parece no importarle demasiado lo que pasa más allá de sus amplios y cuidados jardines o el comportamiento de los políticos locales, preocupados porque la prensa airee los problemas o corruptelas que ocurren bajo su mandato, enturbiando así su proyecto de convertir la región en una gran zona residencial. Si hay algo tan universal como el amor, son las miserias de la clase política. Así que nada nuevo bajo el sol.
La charla es caótica, de ida y vuelta, y sin un orden claro. Por momentos los temas se sobreponen unos a otros sin solución de continuidad, negando o desmintiendo mi rol de moderador de la charla. Miro el reloj y veo que hemos hablado casi dos horas y aún no le he preguntado por aquello que me había traído hasta aquí: ¿Cómo encontrar a mi tío abuelo? ¿Cómo buscar a una persona que no tiene datos en internet? ¿Qué rastro se puede seguir o adónde puedo acudir para saber algo más del paradero de Manuel? Agarro lápiz y papel, dispuesto a tomar nota de cualquier consejo que pueda darme. En primer lugar, Eva sugiere que si tuviera alguna fotografía de mi tío hecha en Alemania, podría encontrar alguna referencia de una plaza, una calle, un monumento o algo parecido. Por desgracia, solo tengo la foto de Manuel de joven junto a mi abuela y esa foto fue tomada en Utrera. En ese caso, sin otras pistas evidentes, si ella tuviera que buscar a una persona, seguiría los siguientes pasos:
1. Recopilar todos los datos que tenga sobre él: Referencias, cartas, anécdotas, fotografías, documentos oficiales. Es el proceso que inicié hace un par de meses, aunque de momento los resultados son esquivos o se demoran en llegar.
2. Buscar dónde trabajó, al menos en qué sector. A partir de ahí se puede consultar con los sindicatos. Ellos tienen lista de los trabajadores y de sus datos personales. Aquí de nuevo la información es confusa, aunque podría volver a preguntar a mi madre y a mis tías por si recuerdan algo más sobre la vida laboral de mi tío abuelo, si recuerdan si desarrolló algún oficio o si estuvo vinculado a alguna empresa.
3. Consultar las antiguas guías telefónicas. En España se llamaban “Páginas amarillas” y como su nombre indica eran unos tochos amarillos, con un papel de pésima calidad y que rara vez vi usar a nadie (Recuerdo en un concurso de televisión un reto de cuántas páginas amarillas era capaz de romper una persona por la mitad. He olvidado si eran siete u ocho, creo que a nadie le importa el dato, aunque sí que me acuerdo del truco para lograrlo: antes de romperlas, hay que doblarlas ligeramente por el centro) Para poder consultar la guía telefónica, antes debo descubrir exactamente en qué población vivió y a partir de ese dato buscar el nombre de Manuel en la guía de esa zona.
4. Acudir al registro civil. Como bien me recuerda Eva, todo el mundo debe darse de alta al vivir en Alemania. No sé si hay un registro general o si está dividido por zonas. En ese caso me encontraría con el mismo problema que en el punto 3.
5. La policía. Me sorprendo, ¿Y si todo es tan sencillo como acudir a la policía y preguntar por un nombre? Claro que no. La policía no facilita información de terceros. A menos no, si no tienes un contacto. Yo no los tengo, así que descarto esta opción.
Días después de encontrarnos, recibo un correo de Eva. Me escribe que se le olvidó el principal lugar donde preguntar por Manuel. El punto 6:
6. La embajada o el consulado español en Alemania. Ellos seguro que tienen los datos de mi tío. Me siento tan tonto como esos que hacen cola para subirse al avión por miedo a quedarse sin sitio. Cómo no había pensado antes en la embajada, ese debería haber sido el primer lugar adónde buscar. Sin perder un segundo les envío un correo explicándoles el caso. La burocracia española es una moneda al aire, puede que contesten al instante o que mi correo quede perdido en el limbo burocrático, entre mails, correos certificados, archivos encriptados, cambios de turno, bajas por enfermedad, jerarquías, formularios incompletos… Creo que el mensaje en una botella de un náufrago tiene las mismas posibilidades de éxito que mi correo.
El texto anterior lo terminé con un Cliffhanger, un recurso narrativo que crea una situación de tensión dramática que queda interrumpida y que deberá completarse más adelante, a partir de la aparición de las siglas M.C. Bautista, coincidente con el nombre de mi tío abuelo en una antología de autores de Niederrhein publicada en 1985. Después de una búsqueda exhaustiva en internet (Vale, de acuerdo, no es tan inútil como lo he descrito al principio) solo encontré un ejemplar de la antología: El ejemplar de la librería de Krefeld. A los pocos días de ponerme en contacto con la librería “Jakobs&Ritter” recibí este correo:
A falta de una pista más sólida y a la espera de que alguna de las vías abiertas, gracias a los consejos de Eva Karnofsky, den resultado, voy a intentar encontrar el libro donde aparecen las siglas M.C. Bautista, para ver si pertenecen a Manuel o no. Leo en Cambiar de Idea de Aixa de la Cruz “Escribimos para dejar constancia de quiénes éramos hace un instante, cuando nos sentamos frente al procesador de textos, y como no tenemos pistas, fabulamos.” Antes de fabular voy a seguir las escasas pistas que tengo. Así que rumbo a Krefeld.
En español “Realidad” es lo que es efectivo o tiene valor práctico, en contraposición con lo fantástico e ilusorio.
Coda – Este es el texto que más difícil me ha resultado escribir. Las últimas semanas han sido de idas y venidas, de lugares y de ánimo, buen caldo de cultivo para futuras historias pero no para las presentes. Acompañadas de incertidumbres en la vida cotidiana, noticias que se demoran y de las que no estamos seguros si sería mejor no recibirlas. Por momentos he sentido que estoy concentrado en tapar una pequeña gotera del techo cuando a escasos metros hay un tsunami que se va a llevar por delante toda la casa. Pueden que sean excusas de mal escritor, la página en blanco, otro cliché literario como el del café. A falta de experiencias reales llenar la vida y la escritura de clichés. Por otro lado, el hecho de escribir sobre una persona que ha provocado una gran impresión en mí y el deseo de no hacer un texto elogioso o panegírico, por lo que tienen de aburridos y alejados de la persona real, sino capturar un mínimo de la esencia de esa persona me han hecho reescribir tantas veces las mismas oraciones que al final he vuelto a la primera oración. Ante tantas dudas, solo he encontrado una solución para el bloqueo, incorporar todo al proceso de escritura: miedos, dudas e inseguridades. Es lo más honesto, porque no quiero ser un mago que esconde los trucos, ojalá que nunca sea un mago.
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